cartelestudiocerveceria2Entrecot a la pimienta. Costilla de Adán. Secreto ibérico. Sota, caballo, rey.

Todo nos parece fácil cuando ya está hecho. Por lo general, lo que llega en el tiempo que nos toca vivir es el resultado de la suma de las aportaciones de cada persona que elige seguir tal o cuál actividad vital y motora.

Robert Johnson no tenía abuela. Dicen que su talento musical lo compró en un cruce de caminos, así, como quien no quiere la cosa, ¿dónde se sirve?, a cambio de su alma.

Desde 1619, año en que llegó el primer esclavo a la antigua colonia británica de Virginia   hasta el 8 de mayo de 1911 en Greenwood, Misisípi, cuando Julie Dodds da a luz un pequeño bastardo al que llamará Robert Spencer, pasan casi trescientos años. A la edad de veinticinco, entre 1936 y 1937, el mítico bastardo graba sus reconocidas veintinueve canciones en varias tomas y muere, en circunstancias no esclarecidas, un año después. ¿Fin de la película? Afortunadamente no. El archivo estaba creado. Esa colección de blues moderno se convertiría en la biblia, el antiguo testamento o archivo fundacional de lo que hoy conocemos como rock and roll en todas sus variantes.

El Sr. Johnson vivió de acuerdo a la herencia que pueden dejar 40 acres y una mula en un tiempo y lugar en el que el blues no tenía ni buena ni mala prensa. Como otra explosión de la naturaleza creativa, en circunstancias adversas, paseó sus interpretaciones por las clandestinas juke-box y demás garitos niggers, siendo un  catalizador de lo que otros habían creado en situaciones más adversas aún. Nada hacía pensar que aquella música del diablo llena de acordes de sonido estridente pudiera ser el núcleo de la enorme riqueza cultural que a partir de la década de los 50 comenzó a salir del nuevo continente, inundando el planeta y regresando, tras el éxito, para reforzar el PIB de los EEUU; entiéndase esta conclusión crematística radical como una simplificación interesada para dirigir mi razonamiento hacia el lugar que quiero, en un vano intento de comprender el hecho casual, dramático, brillante e imperecedero que significa la corta vida del padre del rock, del roll  y de la madre que lo parió. Si este fue el pacto con el diablo que hizo, Robert nadie debería juzgarlo, todos hemos salido beneficiados, todos somos cómplices conscientes y agradecidos por su pecado.

Todo esto viene a cuento del concierto del próximo jueves en el Estudio Cervecería, para el que estoy preparando un repertorio teñido de sonoridades blues. De R. Johnson a Buffalo Springfield, The Animals y Bob Dylan o Leonard Cohen, aderezado por algún folk-blues instrumental e incluso algunos éxitos del rock en castellano tamizados por este tipo de sonoridades demoníacas. Esta es la propuesta. Sudor blanco en carne azul de blues.